BILLY CRAFTS
Lecciones de un hombre de fe
Un cuerpo quebrantado, un espíritu vivo.
Me asusté al ver a Billy la primera vez. Yo tenía 11 años y jamás había visto a alguien con un cuerpo tan quebrantado. Billy estaba acostado en su cama portable en el frente del local de reunión, completamente paralizado con la excepción de los brazos y los músculos en la cara. No podía mover ni su cabeza para mirar la gente que le hablaba. Me sentí deprimido al imaginar su vida tan limitada y tenía ganas de huir de allí.
A pesar del temor que sentí al ver a Billy la primera vez, al pasar los meses algo en él me atrajo. Sus carcajadas al contar chistes con los hermanos que rodearon su cama de campaña después de los servicios, indicaron que era feliz y sabía gozarse de la vida a pesar del artritis que le había paralizado. Pero, más que nada, mi temor se convirtió en curiosidad cuando alguien me dijo que Billy era un radioaficionado y que pudo hablar por radio con personas en todas partes del mundo. Comencé a acercarme con timidez a su cama portable después de las reuniones de los hermanos para ver si podía oír algo del radio que tenía. Un día, Billy me vio mirándole y con una sonrisa me saludó y pidió que me acercara para hablar del radio. Así comenzó una amistad que duró durante cinco años de mi juventud.
Aunque parezca extraño que un joven de 12 años tenga a un Señor de 35 años como mejor amigo, así llegué a tener a Billy. Pasamos muchas horas juntas hablando del radio, fútbol y también de la Biblia. Al pasar tiempo con Billy, aprendí muchas lecciones acerca del amor. Sus amigos radioaficionados le regalaron una cama ajustable, radios y otros aparatos que le ayudaron a vivir con su parálisis. Los hermanos de la iglesias continuamente le daban comida, hicieron tareas alrededor de la casa y mostraron su amor en otras formas.
Debido a su cuerpo paralizado, Billy se enfermó mucho. No obstante, a los jóvenes, la vida parece eterna y yo siempre anticipaba que se mejorara. Por tanto, cuando Jimmy, el hermano de Billy, me interrumpió la clase de educación física para decirme que Billy había fallecido, apenas pude creerle. Cuando la verdad de su muerte comenzó a registrarse en mi mente, traté de esconderme de mis compañeros para que no vieran mis lágrimas. Billy se había ido. Aunque aquel día fue hace más de veinticinco años, me encuentro todavía pensando mucho en Billy.
LECCIONES PARA NOSOTROS
La parálisis que sufrió Billy limitó su servicio a Dios en muchas formas. Jamás dirigió un himno, enseñó una clase o predicó un sermón. Sin embargo, enseñó lecciones poderosas en cuanto a la vida las cuales quedan grabadas en los corazones de todos los que le conocieron. Dos lecciones en particular se destacan en mi mente:
(1) El tiempo dado a los niños nunca es mal gastado. Al pasar los niños y jóvenes por sus años de formación, necesitan el amor y las palabras tranquilizadoras que provienen de los adultos amorosos. Doy gracias a Dios por adultos como Billy los cuales siguieron el ejemplo de Jesús y tomaron el tiempo para dar atención y amor a un niño travieso que sin duda les molestó bastante en algunas ocasiones.
(2) La vida puede ser significativa y feliz a pesar de aguijones y deformidades. Hace poco un hombre bastante cínico me preguntó, ¿cómo es posible que un Dios amoroso permita que los niños nazcan con deformidades? Al principio no sabía contestarle bien y hablé tartamudeando acerca de no entender muchas cosas. Pero, entonces recordé a Billy y comencé a hablar con el hombre acerca de él. ¿Habría sido mejor si Billy nunca hubiera vivido? ¿Los sufrimientos de Billy probaron que no existe un Dios amoroso? Al contrario, ¡la vida de Billy dio testimonio al poder de Dios para dar esperanza y propósito aun a los que tienen cuerpos severamente quebrantados! Quizás el aguijón agonizante de Billy hizo más profundo su carácter, dándole una mejor comprensión de la vanidad de las promesas de este mundo y por tanto, una visión más clara del cielo.
Aunque la vida de Billy era corta y llena de dolor, no me da lastima pensar en él. Sus defectos no le robaron la alegría de la vida. Sus pocos años sobre la tierra estaban llenos de esperanza y propósito porque a pesar de su cuerpo deteriorado, tuvo la única cosa que importa: una fe genuina en Dios y un amor no fingido para con sus prójimos. ¡Luchemos para tener lo mismo!