¡Cristianos que no toman en serio sus votos matrimoniales!
Una tragedia que se ve más y más
De Creced 4/2010 – Por Jerry Falk
Es muy triste ver que los problemas matrimoniales son cada vez más extendidos entre los miembros de la iglesia de Cristo. Tal como en la edad mosaica, parece que algunos hermanos desean imitar las costumbres pecaminosas de los incrédulos, entre las cuales se encuentra el diabólico hábito de divorciarse por cualquier causa. Son como aquellos israelitas egoístas que dijeron a Samuel: «danos un rey … a fin de que seamos como todas las naciones» (1 Sam. 8:5,20). Dios había dicho a los padres de aquellos judíos: «cuídate de no caer en una trampa imitandolas» (Dt. 12:30), pero de nada les sirvió aquella amonestación.
El Pacto Matrimonial
¡Cuán fácilmente algunos hermanos se olvidan de los votos matrimoniales! En e día de su boda, el predicador les preguntó algo así: «¿Quiere Ud. recibir a_______ como esposo(a), y promete serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo(la) y respetarlo(la) todos los días que Dios le dé vida?» Al pronunciar aquella palabrita «sí,» delante de
testigos, hicieron un pacto el uno con el otro… ¡Y con Dios! Al hacer nuestros votos matrimoniales en inglés, prometemos serle fiel a nuestro cónyuge «fo better or for worse» (para bien o para mal) «until death do us part» (hasta que la muerte nos separe).
El Problema Principal
La facilidad con la cual algunos hermanos se divorcian se debe a que tienen la misma meta que los mundanos: buscar uno su propia felicidad. Por contraste, la verdadera felicidad en el matrimonio se alcanza sólo cuando cada uno busca la felicidad del otro y sobre todo el bienestar espiritual de su pareja. ¡Este es el verdadero amor! Sin embargo, muchos hoy en día justifican una separación ilegítima afirmando que «¡Dios quiere que yo sea feliz!» El problema con esta forma de pensar es que Dios no nos ha llamado a ser «felices» sino a ser santos y a servir humildemente a los demás. El propósito de Dios no es darnos todo lo que es para nuestra felicidad en esta vida sino todo lo que nos pueda acercar a Él, lo cual incluye el sufrimiento o las pruebas. Él permite que ocurran estas cosas en nuestra vida para recordarnos que no debemos hacer nuestros tesoros en la tierra sino en el cielo (Mt. 6:19,20). De nuevo, la meta principal de la vida terrenal del cristiano fiel no es la felicidad sino la santidad, «sin la cual nadie verá al Señor» (Heb. 12:14). (Por Jerry Falk)