EL ATLETA

EL ATLETA

Los griegos daban mucha importancia al atletismo. Cada cuatro años se celebraban los juegos olímpicos. Los juegos olímpicos modernos tuvieron su origen en la antigua Grecia. En Corinto se celebraban los juegos ístmicos cada tres años.
El apóstol Pablo empleó la figura del atleta para describir lo que necesita el cristiano para lograr la corona de justicia (1 Cor. 9:24-27; 2da Tim. 2:5).

¿Qué necesitamos para ser buenos «atletas» cristianos?

(1) La disciplina, «Corred de tal manera que lo obtengáis». (1ra Cor. 9:24) El atleta se entrena para obtener el premio, se abstiene de cosas no sanas para su cuerpo, se somete a la disciplina, se priva de ciertas cosas, no pierde noches y no abusa de su cuerpo. Lo condiciona y lo cuida para la carrera porque sus ojos están puestos en el premio. El sabe que la victoria le traerá fama, reconocimiento y muchas veces beneficios materiales.
(2) Seguir el ejemplo del Maestro. Dice Hebreos 12:1,2 que necesitamos poner los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. Pero también dice que tenemos que deshacernos de lo que nos pueda estorbar y privarnos del premio, por lo cual debemos tener la misma estrategia y disciplina del atleta.
(3) Alimentarnos bien. Necesitamos tomar «…la leche espiritual no adulterada…» (1ra Ped. 2:2) para crecer y estar fortalecida para la carrera hacia la vida eterna. Se necesita alimento sólido y sano para terminar la carrera. Es por eso que el apóstol Pedro nos dice que crezcamos en conocimiento y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiremos la corona incorruptible de gloria (2da Pedro 3:18).
(4) Ojos en la meta. «…corro, no como a la ventura…» (1ra Cor. 9:26). Corred con un propósito definido, una meta. Cristo es nuestra meta. El dará la corona. Corramos con la mirada puesta en el cielo, donde recibiremos el premio final (Col. 3:1-4). Es una corona incorruptible, no como la del atleta terrenal, sino una de eterno valor en los cielos, de honra y gloria.
«No como quien golpea el aire» (1ra Cor. 9:26), sino dando en el blanco. Nuestro adversario es fuerte, pero lo podemos vencer si usamos las armas que el Señor nos ha dado. Aunque Pablo fue apóstol de Cristo y tuvo poder para hacer milagros, estaba consciente de que la carne era traicionera y podía caer. Por eso dijo que ponía su cuerpo en servidumbre y lo golpeaba, no dándole oportunidad para pecar (vers. 27).
(5) Pensar en el premio. Pablo oró por los efesios, «alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos» (Ef. 1:18). Quería que entendieran el propósito y la meta a alcanzar. Así como el atleta se somete a las reglas del juego, es necesario que nos sometamos a las reglas de Cristo. En otras palabras, es luchar legítimamente (2 Tim. 2:5) para que podamos decir como el apóstol Pablo, «…he acabado la carrera…me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día…» (2 Tim. 4:7,8).
Corramos con paciencia la carrera, pongamos los ojos en la meta e imitemos al atleta. Tomemos la leche espiritual no adulterada y así lograremos la corona reservada en el cielo para usted y para mi.

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