Cuando la felicidad toma prioridad sobre la santidad

Cuando la felicidad toma prioridad sobre la santidad

De «Creced» 12/2012

Siempre recordaré la llamada y las palabras que cambiaron mi vida para siempre.

«Ya es mi tiempo para ser feliz.»

Fue la voz de mi padre al dar una de las razones por la cual estaba dejando a mi madre después de treinta años de matrimonio. Mi padre estaba abandonando a mi madre y su trabajo para buscar «su felicidad.»

Ojalá que yo pudiera decir que mis experiencias con «la felicidad» fueran únicas, pero el año pasado he visto como «la felicidad» ha quebrantado varios matrimonios, lastimado iglesias y destruido familias. Me duele el corazón al ver lo que pasa cuando la felicidad toma prioridad sobre la santidad. Veo a mis amigos hacer decisiones de suma importancia en base de lo que supuestamente les haría más felices en vez de lo que les haría más santos. (Y yo lo he hecho también.)

A veces me siento inútil al ver como el afán para estar feliz envenena la iglesia. Lentamente y a veces silenciosamente comienza a afectar nuestros pensamientos, nuestras oraciones y nuestras relaciones. Somos adictos buscando la próxima dosis y cuando los efectos de la última dosis comienzan a menguar, salimos a buscar la próxima.

¿Cómo hemos llegado al punto de confiar más en la emoción pasajera que en nuestro Dios que dice, «bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia… bienaventurados los pobres en espíritu… bienaventurado los que lloran»?

La felicidad no dura sino por un poco de tiempo.

El buscar la felicidad como meta principal en la vida hace que nos enfoquemos en nosotros mismos y en cómo nos sentimos, pero el tiempo, la gente y las circunstancias cambian. La felicidad es agradable por el momento, pero el pasar la vida persiguiéndola la convierte en el ídolo.

La felicidad no es para ser perseguida. La santidad es para ser perseguida. Cuando perseguimos la felicidad, ésta rompe relaciones ya que la felicidad suya se pone en competencia con la mía. Al perseguir la felicidad, todo llega a ser mercancía ya que comenzamos a valorizar todo en base de la felicidad que nos da. Cuando ya no nos hace feliz, es tiempo para dejarlo para buscar lo que nos dé la próxima dosis. No solamente lo hacemos con los objetos sino también con la gente. Botamos las relaciones, las amistades y los matrimonios cuando a nuestro parecer ya no nos hacen felices. Los abandonamos para buscar la felicidad en vez de ellos.

Cuando Cristo tuvo que elegir entre la felicidad y la santidad, eligió la santidad.

Alabo a un Jesús que no abandona a su novia, por más fallas que tenga. Cristo pasó toda la vida en la tierra no para enseñarnos a estar felices, sino para enseñarnos como ser santos. El es el perfecto ejemplo de lo que es sacrificar la felicidad humana para la santidad de Dios. Su banda de discípulos continuamente le irritaron y Jesús siempre sabía que uno de ellos le iba a traicionar. Aun así pasó tiempo con ellos, enseñándoles, amándoles y motivándolos a crecer en la santidad. La cruz no le hizo feliz tampoco. Allí estaba angustiado, adolorido y así murió.

Alabo a un Dios que no se rinde con nosotros cuando no le hacemos feliz. Alabo a un Dios que me enseña una y otra vez en las escrituras que la felicidad no es mi última meta sino la de que sea santo. Me advierte una y otra vez que va a haber dolor y que estoy destinado a las pruebas, sin embargo que El siempre está conmigo. Me dice que debo regocijarme siempre. Al buscar a Dios, estoy buscando lo santo. Y ¡no hay nada más gozoso que esto! (Por Rebecca Tekautz, adaptado un poco)

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